martes, 6 de mayo de 2008

De esta ciudad y otros demonios

Voy tres meses en una ciudad a la que todos los días le descubro algo diferente. Hoy, por ejemplo, descubrí una ruta alterna al trabajo con un 70% de probabilidades de sentarme siempre en el transmilenio. Y eso es mucho, después de casi morir de asfixia en uno de esos busesitos rojos y tratando de sacar la nariz de la multitud como un venado que huele el viento - yo en realidad sólo quería respirar-. Esto quiere decir que si leo los 15 primeros minutos de mi trayecto al trabajo todos los días (después de 15 se me cansan los ojos), es posible que algún día termine de leer a Nabokov, Saramago o Chaparro...tres libros empezados en tres meses...que no se me note que me dio duro el cambio! Pero bueno...toca leer en los huecos del trabajo, en la hora del almuerzo y en los largos trayectos por la ciudad.

Todos los días escribo casi una página mentalmente, y cuando llego por fin al computador, cansada del día, todo se desvanece y termino comiendo y viendo novelas como cualquier mortal colombiano. En esta ciudad tengo una obsesión seria por el chocolate y el yogurt. Yo, ¡comiendo Bon Yurt por Dios, feliz como una niñita de tres años y buscando el mejor brownie de Bogotá!

El tiempo sigue corriendo y el reloj empieza una cuenta regresiva. Quiero planear, pero no debo. Quiero pensar como Forrest: "Life is like a box of chocolates, you never know what you're gonna get". Que me sorprendan, que las casualidades vengan a mí como los pájaros a San Francisco de Asís diría Kundera. Que se me sigan apareciendo los fantasmas del pasado en los restaurantes de esta ciudad, que el destino se encargue de enredar lo que quiera y como quiera, que los paseos con un libro y un chocolate caliente me lleven a donde sea y que las idas a cine sola salgan de trámites.

martes, 22 de abril de 2008

Divagando II

Un bus pita. Una nube tapa los rayos del sol que entran por el vidrio roto de la ventana. Llueve a cántaros y ella se pregunta por qué siente como si tuviera peces en el vientre. Se mira al espejo y ve una vez más el mar en sus ojos, maldice y cuenta los lunares de su cara; hay 27, no, 28.

Afuera, cinco personas diferentes ofrecen minutos a celular, un niño pide comida en una cafetería y una señora gorda pregunta por una dirección. Hace frío, pero en esta ciudad nadie tiene tiempo como para pensar que hace frío. Un señor calvo reparte volantes blancos que nadie recibe mientras Antonia sigue en el baño de su casa, mirándose al espejo. Piensa, ella piensa todo el tiempo y a veces odia hacerlo, pero en realidad agradece pensarlo todo. Cuando camina por la calle le gusta cambiar su punto de vista, literalmente. Se pregunta por qué todos miran lo que está a su altura y no se fijan en lo que hay más arriba, o más abajo o en aquellos rincones demasiado insignificantes como para ser valorados. Ella trata siempre de ver lo invisible: en la gente, en la calle, en las situaciones...se desvive con los pequeños detalles, con el diminuto lunar que tiene en su labio superior, con los chistes, los comentarios absurdos, los dichos de la gente, las situaciones cómicas, las películas románticas, el atardecer, la música, la comida, el llanto, el eterno recuerdo de lo que fue el amor perfecto, el café, los libros, una buena bailada de salsa, el mar...y la infinita pregunta de qué va a hacer con lo que tiene adentro. ¿Qué piensas hacer Antonia?

lunes, 21 de abril de 2008

Divagando

El sábado vi el atardecer con detenimiento. No lo veía hace casi tres meses, desde que llegué a esta ciudad. En Cali, mi hora favorita son las seis de la tarde; la luz y la brisa a esta hora no son iguales en ninguna otra ciudad del mundo. Ese sábado fue cuando me di cuenta que a medida que crecemos nos olvidamos de lo esencial de la vida y de las cosas más pequeñas. Ahora estoy entrando a la vida de los adultos, de trabajar desde temprano hasta tarde, de tener la mente ocupada sólo con el trabajo. ¿Pero qué pasa con esas cosas tan absurdamente sencillas que nos hacen felices? Yo hice una lista en mi primer blog...son cosas que aún me hacen feliz…pero que no quiero olvidar, porque con el tiempo olvidamos.

En estos días iba en el bus con un compañero del trabajo (uno de esos que te alegran el día con sólo una sonrisa sincera) que va a tener un hijo y en vez de decirme todo lo que le iba a enseñar cuando naciera, me decía que tenía planeado aprender mucho de él. Y entendí; entendí que olvidamos reír a carcajadas sin sentido, que olvidamos reaccionar con sinceridad ante todo, que perdemos con el tiempo la capacidad de asombro, de embobarnos con algo, de contemplarlo y encontrarle su esencia. Vamos tan rápido…que todo se vuelve patéticamente NORMAL. Y ese es el término más triste que puede existir.

Yo sigo buscando las formas de escapar de la normalidad, tratando de perderme en las explicaciones de los buenos compañeros de trabajo, en los abrazos del niño que me recuerda a mi hermana, en el que enciende luces y me dice la niña de los ojos cafés, en las charlas con una flaca, en las gafas del que me recuerda la presión en el pecho, en el rasta que quiere ir al pacífico, en las sonrisas de corredor, los tintos de máquina, los chistes groseros y las echadas de perros; en el cielo gris de esta ciudad a la que por fin opté por decirle lo que alguna vez dijo Andrés Calamaro, no precisamente a una ciudad: “Igual somos amigos, porque para enemigos hay un montón de gente”

domingo, 6 de abril de 2008

El No-lugar

Recuerdo con nostalgia cuando entré a la carrera de comunicación. Tenía 5 años menos, el pelo más corto, sueños, ilusiones, definitivamente más gordura en los muslos y muchas ganas de aprender. Tenía un morral verde militar, grande. Los primeros años fueron de teoría, que aunque a veces me desesperaba leer a tipos con pensamientos tan locos a toda hora y quedarme dormida encima de las fotocopias, me encantaba. Como en tercer semestre me tocó leer a un tipo, disque Marc Augé, antropólogo y etnólogo francés. Augé plantea el término de No-lugar. En palabras de él:

«Si un lugar puede definirse como lugar de identidad, relacional e histórico, un espacio que no puede definirse como espacio de identidad ni como relacional ni como histórico, definirá un no lugar. La hipótesis aquí defendida es que la sobremodernidad es productora de no lugares, es decir, de espacios que no son en sí lugares antropológicos y que contrariamente a la modernidad baudeleriana, no integran los lugares antiguos.»

Con esto, el autor se refiere a los medios de transporte, los aeropuertos, las estaciones de los trenes, las grandes cadenas hoteleras, los parques y supermercados, etc. Desde su perspectiva de etnólogo y antropólogo Augé analiza la condición del hombre posmoderno y las dinámicas que se tejen en los procesos de la vida cotidiana.

Toda esta pequeña introducción es para decir que desde que llegué a Bogotá pienso en el No-lugar y en la teoría de Augé. En la estación de transmilenio, en el paradero del bus, cuando entro a CityTV y muestro el carné, cuando voy a Carulla y compro algo, cuando camino por el centro y miro la gente. Supongo que en Cali no sentía tanto el peso y la presencia del No-Lugar porque todo era demasiado familiar para mí. Seguía viviendo en el apartamento al que me llevaron cuando llegue del hospital en donde nací; había ido toda mi vida al mismo parque, al mismo colegio y al mismo supermercado.

Desde que llegué me siento definitivamente en el no-lugar. En esta ciudad la postmodernidad se respira en cada calle, en cada bus lleno de gente, en cada centro comercial atestado de personas que consumen, que deambulan de un lado sin saber realmente a dónde van.

Siento que cada persona que va caminando por la calle tiene un objetivo por más pequeño que sea: ir al banco, llegar temprano al trabajo, hacer el desayuno o conseguir una moneda para comprarse un tinto. Todos, por más tonto que sea lo que hacemos diariamente, estamos todo el tiempo tratando de encontrar un lugar: un lugar físico, mental, espiritual, pero al fin y al cabo un lugar donde uno sea ALGUIEN, alguien aceptado y reconocido dentro de la sociedad. En la gran postmodernidad de la urbe, donde cada vez somos más en una jungla de cemento monumental, somos en realidad un No-alguien en un No-lugar, siempre buscando, buscando, buscando.

Pero en este mar de gente; en esta explosión de culturas, de gustos, de sabores, de colores, de infinitas posibilidades y combinaciones, de mezclas y matices, y aunque sean más los que se pierden que los que se salvan, yo sigo buscando mi lugar en esta ciudad.

domingo, 2 de marzo de 2008

El otro día lloré. Lloré en el baño, en la calle, en la plaza, en el paradero, en el bus azul. Lloré a chorros, sin que me importara quién me miraba, que se me corriera el maquillaje o que al otro día amaneciera con los ojos el doble de grandes y colorados. Mientras esperaba el bus, una señora me miraba con una cara de compasión absurda, que supongo que es la cara que yo pongo cuando veo a alguien llorar. Una niña de la calle se me queda mirando y mientras me pide plata me pregunta ¿Por qué llora? En ese momento no me pude haber sentido más desagradecida en esta vida. Ella, que tiene un medio vestido café que casi ni recuerdo, que está semidesnuda, sucia y flaca, me pregunta a mí, que vengo de trabajar, que voy para mi casa en un día normal, por qué estoy llorando. No hay derecho. Entonces me muero de la culpa por llorar por bobadas y sigo llorando, por culpa, y por todo lo demás que llevaba en el corazón.

En verdad creo que las lágrimas limpian el alma, y lo que sale, que ya son las propias lágrimas es toda la energía negativa que cargábamos adentro y que ahora sale para aliviarnos. A mi por eso no me molesta llorar...siempre y cuando no sea por un motivo realmente grave, en estos casos el dolor si no se cura tan fácil.

Me gusta llorar como lo dice Oliverio Girondo:

Llorar a lágrima viva.Llorar a chorros.Llorar la digestión.Llorar el sueño.Llorar ante las puertas y los puertos.Llorar de amabilidad y de amarillo.

Abrir las canillas,las compuertas del llanto.Empaparnos el alma,la camiseta.Inundar las veredas y los paseos,y salvarnos, a nado, de nuestro llanto. Asistir a los cursos de antropología,llorando. Festejar los cumpleaños familiares,llorando. Atravesar el África,llorando.

Llorar como un cacuy,como un cocodrilo...si es verdadque los cacuyes y los cocodrilos no dejan nunca de llorar. Llorarlo todo,pero llorarlo bien. Llorarlo con la nariz, con las rodillas. Llorarlo por el ombligo,por la boca.

Llorar de amor,de hastío,de alegría. Llorar de frac,de flato, de flacura. Llorar improvisando,de memoria.¡Llorar todo el insomnio y todo el día!

Obsesión azul

Ahora tengo una gran obsesión por el azul. No es por el cielo, ni por los jeans que me pongo casi diariamente, ni porque sea el color que el 80% de la gente prefiere entre todos. Se trata del único bus que me deja más cerca de mi casa. Es grande, con asientos de transmilenio y un gran espacio para que la gente se vaya parada, pegada al otro, aglutinada a una sola masa y atornillada a un tubo más alto que el promedio de los colombianos. Y claramente, es AZUL.

Este pedazo de lata, que tiene letreros digitales con letras doradas en su parte exterior, que cuenta con un chofer mudo, con uniforme y sin afán; que alberga universitarios y ancianos, y que se demora en pasar, se ha convertido en mi mayor salvación.

La dinámica que se teje en un bus es pasada de interesante, yo diría que es hasta chistosa. Digamos que son las 6 de la mañana. Usted va para la universidad o el trabajo. Espera el bus azul por 15 minutos y cuando llega se da cuenta que está cargado de gente…parada. Se sube, le paga al señor conductor mudo (hay hasta un letrero que dice: prohibido hablarle al conductor) y desde ese momento se sumerge en un aire pesado y caliente, y como por arte de magia y cuando menos se lo espera se encuentra pegado a una masa que con el transcurrir del tiempo se ha vuelto absolutamente compacta. Cabe aclarar que para donde se mueva esta aglomeración, usted lo hace también.

Una vez pegado a la masa y después de controlar que su maleta y su Ipod o celular estén a salvo, prosigue a inspeccionar el área (que ahora es casi homogénea): Jóvenes oyendo música, viejitas con sacos tejidos, ejecutivos con saco y corbata, señoras con grandes carteras y niñas que se nota que acaban de entrar a la universidad.

Lo más chistoso de estar dentro de la masa es que por más cerca que usted esté de alguien, nunca pero nunca lo va a saludar, ni a sonreírle o a levantarle la ceja. El bus urbano es el sitio en que las personas pueden llegar a compartir hasta dos horas de viaje sin ni siquiera saludarse. Eso sí, nos miramos los unos a los otros, de arriba abajo (o según la posición de la masa), escuchamos conversaciones entre amigos, por el celular, la música del otro, en fin. Pero jamás hay otro gesto entre esa cantidad de gente que comulga en el mismo rito matutino. El bus, en una ciudad tan grande como esta, es el nuevo punto de encuentro. Pero sería muy difícil aceptar el hecho de que todos, por sólo estar allí, tenemos mucho en común. Y claro que tenemos mucho en común, pues no por nada el transportarse hace parte de las necesidades suntuarias del hombre. Sin esto, creo que nos limitaríamos a las primarias como lo son alimentarse e ir al baño. Con el transporte comienza cada actividad del día, ir a trabajar, hacer vueltas, volver a la casa. Es parte fundamental de nuestras vidas…

A mí a veces me da risa ese silencio dentro del bus, me provoca saludar a gritos a la gente, comentar sobre el clima o el trancón, reclamar por qué es que nos miramos tanto sin saludarnos e inclusive por qué pocas veces nos ayudamos los unos a los otros cuando alguien tiene algún problema en aquel enredijo matutino. ¿Por qué?

domingo, 10 de febrero de 2008

Una ciudad de amores y odios

Lo que odio de Bogotá:

-Cuando hace mucho frío.
-Las grandes distancias.
-El no poderme sentar en un bus.
-Cuando llueve.
-Cuando los sitios están muy llenos y no hay donde hacerse.
-Cuando hay trancón.
-Que se me reseque la piel.
-Que el agua sea tan fría.

Lo que amo de Bogotá:

-Los árboles verdes, grandes y altos.
-Cuando hace sol con un poquito de frío.
-Los niños lindos que se montan en el bus azul.
-Los cerros.
- Los treintañeros con saco y corbata.
- Las múltiples opciones de sitios, bares, restaurantes.
-El centro.
-Los museos.
-La fruchetta: frutas con chocolate.
-El Bogotá Beer Company.
-Las niñas con leggins y falda.
-Los perros con saco y boticas.
-Como se me pone el pelo.